23 Jul La responsabilidad de ser un ídolo
Isabel Arroyo Sauces
Hay futbolistas de todos los colores. Están los superdotados del fútbol, como Cristiano Ronaldo o Messi. También están esos que no nacen todos los días y que apenas marcan goles, pero que son los creadores del juego y, si su nivel de creatividad es muy alto, da gusto verlos jugar. En este grupo estaría Xavi Hernández. Están los que parece que tienen magia en sus botas y, como magos que son, nunca te revelarán qué truco utilizan para esquivar a toda la defensa contraria, como Silva o Isco. Y qué decir de los cancerberos, esos héroes que obran milagros que te hacen apodarte El Santo, ni que decir tiene que hablo de Iker Casillas. En el recuerdo quedan los líderes de nuevos sistemas de juego, como Johan Cruyff con La naranja mecánica y las viejas glorias de antaño, como Alfredo Di Stéfano. También destacan aquellos que han significado la cara buena de su equipo durante una época, véase Carles Puyol en el Barcelona, o los viejos roqueros italianos con los que solo se me pasa una palabra por la cabeza: respeto. Sin embargo, por muchos que vengan y por muchos que se hayan ido, para mí siempre habrá un ídolo en el fútbol por encima de todos: Raúl.
Mi historia con Raúl
Raúl debutó en Primera División cuando yo tenía diez años. En aquel momento, no pude verlo, pues mi abuelo materno estaba muy enfermo y falleció un mes después. No recuerdo muy bien cuándo fue la primera vez que oí hablar de Raúl, pero sí que recuerdo que en ese momento supe que este nuevo jugador iba a ser grande, muy grande. Y no me equivoqué. Me hice mayor con él y lo seguí tanto en los buenos tiempos como en los malos, me leí su primera biografía e incluso tenía una amiga en el colegio hija de un lector de Marca que arrancaba las páginas del periódico donde salía Raúl para dármelas a mí. Por cierto, luego esas páginas me vinieron de perlas de mayor a la hora de escribir sobre él. Llegó el día de su salida del Real Madrid y yo estuve cuatro días llorando. De hecho, a día de hoy soy incapaz de ver en You Tube el vídeo de su despedida porque sé que voy a pillar un berrinche. Me quedó la pena de no haber ido nunca a verlo al Bernabéu y de no tener una camiseta suya. De esto último me pude quitar la espinar algunos años después. Y es que en 2013, quién sabe si fue por el remordimiento de haberlo despedido por la puerta de atrás, pero el caso es que el Real Madrid invitó a Al-Saad a disputar el Trofeo Santiago Bernabéu con Raúl jugando con cada equipo mitad y mitad. Entonces, en Megastore se vendía la camiseta conmemorativa de ese partido con el 7 de Raúl a la espalda y con el dinerillo que me había ganado con la autoedición de Tras mil veces no me di el capricho. En cuanto a verlo jugar en el Bernabéu, desde que vivo en Madrid ya he ido tres años al Corazón Clasic Match, donde él siempre participa. En esta última edición marcó dos goles. Ya el día que pueda entrevistarlo, podré morirme tranquila.
Si Raúl me fuese «infiel», yo no me quiero enterar
Raúl significa mucho para mí, al igual que significa para otra mucha gente que vivió su infancia y su adolescencia entre finales de los 90 y principios de los 2000. Lo cierto es que el 7 del Real Madrid siempre ha sido un buen ídolo teniendo en cuenta que los futbolistas son un ejemplo a seguir para los niños (lo sé, no debería ser así, pero intentemos ponernos en la piel de los más pequeños de la casa): futbolista entregado a su equipo, buen compañero, se ha esforzado en cada partido hasta el pitido final, nunca ha dicho una palabra más alta que otra, cero tarjetas rojas en 21 años de carrera profesional… Sin embargo, no todos los deportistas pueden decir lo mismo. No es cuestión de dar nombres y apellidos, pero a lo largo de la historia, ha habido atletas que se han dopado, que se ha descubierto que son unos chorizos, que han estado metidos en asuntos muy escabrosos, tipo amaños de partidos, etc. En más de una ocasión he dicho que si Raúl tuviese alguno de esos trapos sucios en su haber, yo no me quiero enterar. Es una relación tan mágica la que tengo con él sin conocerlo (quienes tengan un ídolo por el estilo me entenderán) que, si me enterase, por ejemplo, de que se ha drogado o de que hubiese cometido un delito de cárcel, para mí sería como tener de marido a mi hombre perfecto y descubrir un día que lleva años viviendo una doble vida conmigo y con mi mejor amiga. En ese momento, se me caería el mundo encima, ¿verdad? Pues lo mismo me pasaría con Raúl. Bueno, no: de una infidelidad de pareja quiero y debo enterarme, pero de unos trapos sucios de Raúl no.
Raúl empieza a arriesgar su carrera
Cuando Raúl se fue del Madrid y yo me quedé tan triste, mi madre me dijo que no me preocupara, que pronto lo vería entrenando al Real Madrid. Por otra parte, en el libro Raúl. El triunfo de los valores, de Enrique Ortego (2010), Míchel Salgado predice: «Será entrenador. Se muere sin fútbol». Y así ha sido. El «eterno capitán» se sacó el año pasado el carné de entrenador y después de haber pasado por el Cadete B y el Juvenil B del club blanco, la temporada que viene dirigirá al Real Madrid Castilla. Así será su responsabilidad que este año en el Corazón Clasic Match decían en la prensa que este sería el último partido de Raúl sin presión. Salvando las distancias, este caso me recuerda al de Zinedine Zidane cuando se hizo cargo del Real Madrid. Madre de Dios, pensé que menudo valor tenía que tener el francés para coger un equipo en ruinas y jugarse su prestigio entre la afición. Menos mal que todo salió bien, pero vaya, qué valor. Es cierto que Raúl va a contar con menos presión que Zidane ya que va a entrenar al filial, pero su responsabilidad también es grande. Ojalá le vaya de maravilla y, cómo no, que sus jugadores sean buenos. Todos sabemos que cuando las cosas fallan, el club echa al entrenador porque es mucho más fácil despedir a una sola persona que a 23. Además, un buen entrenador sin buenos jugadores es un buen profesional sin herramientas de trabajo. Porque ser un buen entrenador tiene tanta responsabilidad como ser un ídolo, pero Raúl en este último aspecto nos tiene acostumbrados a no fallar. Sigue así, querido entrenador, querido capitán.
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